En 1884, Boudin pinta Marea baja. ¿Qué significados puede esconder el cuadro? Comencemos con las apariencias. Me inclino a pensar que en el amanecer, se retratan a tres individuos aprovechando la marea baja para recoger almejas, erizos de mar, coquinas… Lo que importa es que están trabajando. ¿Quién diría que se está retratando la cotidianeidad del negocio? La actitud contemplativa de nuestro autor, la actitud pasiva, permite crear una belleza de ese instante, en comparación con los trabajadores, incapaces de crearla a no ser que paren un momento a descansar de su práctica cotidiana.
Pero he dicho que en el amanecer se retrata a unos individuos. Tal vez los individuos no tengan excesiva importancia y, más bien, se trata de captar el amanecer. De hecho el cielo ocupa gran parte del cuadro. Podríamos decir que desde arriba hasta abajo el cielo lo atraviesa, ayudándose del agua. El mar está en calma y se funde con el cielo, pero solo en apariencia. El sol está todavía abajo. La visualización del lugar nos da un momento de paz, parece ser una ventana a través de la cual se puede respirar aire fresco.
Uniremos las dos intenciones que hemos supuesto que el autor podía tener, considerando, junto con nuestro espíritu terríblemente antropocéntrico, que lo que está pintando no es más que el amanecer de la humanidad en tanto que especie y en tanto que individualidades: lo que se muestra aquí es el nacimiento del camino humano individual y colectivo. El nacimiento está en la actividad. Así, esta imagen tiene un sentido de reflejo y de viaje en el tiempo al pasado. Nos miramos a nosotros mismos. Miramos cuando aprendimos a hacer, antes que a pensar, pero miramos, sobre todo, desde el punto de vista del artista, que capta con su mirada la estética en un lugar donde aún no ha nacido su perspectiva, donde todavía no puede nacer. Porque antes de contemplar, interactuamos. Tenemos intenciones antes de deshacer nuestra voluntad en el arte.
Ahora bien, hablemos del mar: La orilla es el límite de nuestro hogar. El pintor se posiciona más lejos que los trabajadores. Cuando digo esto, quiero que se siga pensando en la idea de que el espacio que los separa también es tiempo, no necesariamente progreso, pero sí el cambio, cambio de percepción respecto al mundo que nos interpela y, por tanto, también de actitud. Que la orilla sea el límite significa que más allá, en el mar, no hay hogar para nosotros. Pero el agua es imprescindible, y el cuadro retrata exactamente la alimentación gracias al agua. Nuestra vida, pues, transcurre como en la puerta de nuestra casa. No siempre cómodos, no siempre incómodos: hay una dialéctica en el oleaje, entre lo que puede concebirse como exceso tras romper la ola e irrumpir en la arena de la orilla y la resaca, el arrepentimiento, la vuelta a la antigua posición. El límite se presenta, pues, como un lugar de acción-reacción: el choque con lo diferente, la resistencia de la arena. A su vez, la arena se humedece, dejándose contaminar por la otredad. Percibo esto como una forma de entender lo que significa la adaptación al entorno: la naturaleza pura no existe, pues parece necesitar esencialmente de contaminación, de adaptación al contexto, pues el ser (la arena o los pescadores) necesita del contexto (el paisaje o el mar). La salida a la intemperie, la salida del mito de poder vivir sin el mar, sin el otro, sin aquel opuesto al ideal que no tenemos, es decir, a la plácida existencia en el hogar, es aquello que nos ubica.
Si me dejáis significarlo, pues, Boudin pinta aquí el origen y el avance, el hogar y el límite y, a su vez, la permanencia de la procesualidad de la existencia.
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