Qué es el amor sino aquello que regala,
sin a cambio esperar nada.
Lo demás es la egoísta dependencia de tu presencia,
que tiene a la inocencia mi arder por ti raptada
y aun así,
recordarte es la más dulce herida,
ni tan solo aspiro a que deje de sangrar.
Lo confieso: no pude aceptar que era una despedida,
todavía sin querer le llamo nuestro al mar.
Pero al veneno de tu ausencia ya me estoy volviendo inmune,
aunque sueñe al despertar que tu dolor no queda impune
aunque
tenga guardados los latidos con tu nombre
aunque mi sombra hable de ti y ya no me asombre.
Mas dejar de quererte pudo ser la forma de apagar el rayo
que ya sólo a veces, pero siempre con violencia,
quema el cuerpo en el que me hallo,
sin embargo aprendí a hacerlo en la tormenta,
a esperarte a cada luna mientras ella se impacienta.
No alcanzo a agradecer que con tu risa prendieras mi fuego,
ni a devolverte las lágrimas (perdidas) que me acusan,
llevo conmigo el vestigio de tu intimidad intrusa
y la ternura que ofrecida por tus ojos me volvía ciego.
Resulta extraño, si en mi corazón resides,
que tenga que mostrarlo permitiendo que me olvides.
Parece que al dar, recibes
y que yo al darte mi ausencia,
lo que recibo a cambio es la paz de tu conciencia.
Conocí el basto océano de tus ojos,
La maravilla de la luna creciente de tu boca,
Fue para mí toda una vida, y créeme, no supo a poca.
Elipso Facto
20-01-2018